viernes, 25 de noviembre de 2016

Se llama Rose

Se llama Rose, y dicen que está loca. Con cuatro pelos en la barba y manos rudas de campesina sin arreglar,  jueves por la tarde y sábados por la mañana se acerca a una de las tiendas más caras del centro de la ciudad. Se prueba un vestido tras otro, un traje y después otro más. Se mira, se remira, se da la vuelta y se la vuelve a dar. Pone cara de entendida, y en sus pupilas brilla un punto de orgullosa coquetería mezclada con la incertidumbre de lo que pueda llegar a pagar. Con el traje de chaqueta negro y la blusa de blondas blanca estaría preciosa y elegante para la boda de su sobrina. Pero duda, y se vuelve a mirar… “guárdamelo por una hora, por favor” le dice a la dependienta… Y se va.

Se llama Rose y dicen que está loca. Está loca porque siempre va, siempre se lo prueba todo y nunca compra nada. “Es una pérdida de tiempo”, le dicen a la nueva dependienta, “no le hagas caso, está loca”.

Rose, la loca, vuelve el sábado con un perdona-por-no-haber-vuelto-el-jueves en los labios y tristeza en la mirada. “El traje es oscuro para la boda, quiero probar alguno más. Algo brillante, algo llamativo”. Nuevamente, se prueba un vestido tras otro, un traje y después otro más. Se mira, se remira, se da la vuelta, y se la vuelve a dar. Sigue poniendo cara de entendida, y en sus ojos, la misma mezcla de orgullo e incertidumbre vuelve a brillar. “No estoy segura…”

Revolviendo ropa por la tienda, se acerca al pequeño rincón de lo que queda de las rebajas de invierno. Ve una camiseta de colores llamativos y se queda pensativa. Le dice a la nueva dependienta que es una camiseta preciosa, y que el jueves, con más tiempo, volverá.

Se llama Rose y dicen que está loca. Y como cada jueves por la tarde, llega a la cara tienda del centro de la ciudad. Esta vez viene arreglada, con un toque de colorete en las mejillas y carmín rosa en los labios. Sigue buscando un traje para la boda de su sobrina. Duda entre el traje negro o algo más brillante, más llamativo.  Las dependientas se hacen las locas y le hacen un guiño a María, la nueve dependienta. Y Rose se lo vuelve a probar todo, se vuelve a mirar y a remirar, se vuelve a dar la vuelta y se la volverá a dar. Pero, esta vez, en su cara de entendida brilla una mirada diferente, mezcla de satisfacción por lo que refleja el espejo y alegría porque sabe que saldrá de la tienda con una preciosa camiseta de colores envuelta en el papel celofán de la tienda cara del centro de la ciudad. 

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