miércoles, 30 de noviembre de 2016

Sistemas educativos de calidad y equitativos para luchar contra la pobreza y la exclusión social

En España, uno de cada tres niños/as vive por debajo del umbral de la pobreza y uno/a de cada 10, en pobreza severa. Según el Barómetro de la Infancia de Save the Children, nuestro país se sitúa (se sigue situando, porque ya llevamos varios años) en la segunda posición de la lista de países europeos con mayor tasa de menores viviendo en hogares bajo el umbral de la pobreza, con un 29,6% -más de 2.460.000- sólo por detrás de Rumanía. 

Las situaciones de pobreza y exclusión social causan una serie de trastornos tanto físicos como psicológicos y emocionales que,  padecidos en edades tempranas, pueden tener consecuencias muy negativas, no sólo en el presente, sino también en la futura vida adulta de los, hoy, menores de edad.

Consecuencias físicas tales como la malnutrición, la obesidad (se come menos carne, pescado y verduras), las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión, la diabetes o la anemia, entre otras, y consecuencias psicológicas y emocionales como una baja autoestima, inseguridad, vergüenza, aislamiento, depresiones, trastornos de ansiedad, estrés o conflictividad, entre muchas más,  hacen que la educación, y la vida en todas sus facetas, de niños, niñas y jóvenes se desarrolle pobremente.

Y es que la pobreza y la exclusión social tienen consecuencias en el desarrollo educativo de los y las menores, ya que la pobreza obstaculiza el proceso de aprendizaje de los niños y niñas y condiciona su vida adulta: El desarrollo cognitivo es menor y aumenta el estrés ante las dificultades de seguir sus estudios, que deriva en muchos casos en fracaso escolar; los factores asociados a las carencias materiales de las familias (mala alimentación, mal vestido, imposibilidad de pagar materiales escolares, vergüenza de invitar amistades a casa, etc.) influyen de manera directa en los procesos de aprendizaje de los niños y niñas, dando lugar a situaciones de abandono, absentismo, bajo rendimiento escolar, tristeza, etc., y las consecuencias emocionales vistas anteriormente (baja autoestima, aislamiento, depresiones, conflictividad, etc.) inciden negativamente en la  capacidad de aprendizaje, todo ello generando lo que se ha dado en llamar pobreza educativa

La pobreza educativa hace referencia a la ausencia de posibilidades de aprendizaje y experimentación de los niños y niñas de todas las edades, así como a las limitaciones en el desarrollo de sus capacidades, habilidades, talentos y aspiraciones. Así, entre las posibles causas de esta pobreza educativa, encontramos las situaciones socio-económicas de los países, las situaciones socio-económicas de las familias, la pobreza, la exclusión, la discriminación, la marginalidad y una inversión educativa pública insuficiente, con sistemas educativos deficientes y mal planteados, teniendo como consecuencias el impacto negativo en el futuro laboral, familiar, económico y relacional de las hoy personas menores, así como la transmisión de la pobreza.

Evidentemente no todos los y las menores son igualmente vulnerables a estas situaciones, por lo que hay que poner especial atención en quienes sí lo son: menores en familias con niveles socio-económicos bajos; menores en familias víctimas de discriminación (por cualquier tipo: inmigrantes, población gitana, LGTB, discapacidad, etc.); menores en familias con violencia de género y violencia doméstica; quienes viven en familias desestructuradas y multiproblemáticas, quienes viven en entornos y familias con problemas de drogodependencias y quienes lo hacen en familias monoparentales o, particularmente, monomarentales, donde la única persona progenitora es una mujer sola, que suele tener menores ingresos y más dificultades sociales que un hombre solo.

Pero, ¿cómo prevenir y luchar contra la desigualdad, la pobreza y la exclusión social en general?

La infancia sufre especialmente los efectos del empobrecimiento, puesto que no sólo vive un presente de necesidad, sino que también está construyendo un futuro de precariedad. Y, como generalmente estas situaciones se dan en familias especialmente vulnerables, además de tomar una serie de medidas específicas para los y las menores,  es fundamental luchar contra la pobreza general que sufre nuestro país. Para ello son necesarias una serie de políticas públicas en general, y sociales en particular,  que nos lleven a ser un país con oportunidades laborales o de participación social, así como a una garantía de ingresos mínimos y al acceso a unos servicios públicos y de calidad para todas las personas, entre otras medidas.

En este sentido, y dentro de las políticas públicas a implementar, no cabe duda de que uno de los instrumentos más potentes para la prevención y la erradicación de la pobreza y de la exclusión social es la educación y la formación. Evidentemente, tal y como ya se ha mencionado, es necesario que un país genere oportunidades de trabajo para todas las personas, ya que sin estas oportunidades la educación/formación per se no permitiría obtener un puesto de trabajo donde y cuando se necesite, o haría, como hace actualmente en el caso español, que muchas personas jóvenes y muy bien preparadas tuvieran que buscar trabajo fuera de su país. Pero en términos generales, podemos decir que a mayor educación/formación  menor riesgo de caer en situaciones de pobreza o de exclusión social,  ya que se supone que la persona está mejor preparada para acceder a un puesto de trabajo dignamente remunerado.
Por otra parte,  los niños,  niñas y jóvenes de hoy, además de tener sus necesidades presentes, a las que tenemos que dar respuesta, serán las personas adultas del mañana y las que tomarán las decisiones económicas y políticas de los sistemas socioeconómicos venideros. Nuestra obligación presente es la de educar ciudadanos y ciudadanas con valores que fomenten la justicia, la cooperación, la solidaridad y el bien común, con el fin de que colaboren en la construcción de una sociedad justa, equitativa, inclusiva y cohesionada.
Un instrumento fundamental para luchar contra la pobreza y la exclusión social, así como contra la pobreza educativa, es la implementación de una educación equitativa, o equidad educativa, en el sistema educativo, que compense las situaciones de desigualdad que afectan al alumnado. Por ello, entre otras medidas, es necesario contemplar como mínimo algunas como la escolarización temprana, los tiempos escolares no lectivo en primaria., los servicios de comedor, la calidad de las infraestructuras en los centros, la conectividad en las aulas, la cultura en tiempo no escolar, el deporte y ocio en tiempo no escolar, la prevención del abandono escolar temprano, así como contar con personal especializado en detección y tratamiento de menores con especiales dificultades debidas a su entorno familiar, socioeconómico o con otro tipo de problemáticas, especialmente en el contexto de colectivos marginados y excluidos.

Porque los niños, niñas y jóvenes de hoy son las personas adultas del mañana. Pero sobre todo, porque tienen hoy un presente que hay que cuidar y disfrutar todo lo posible.


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